Por Rodolfo
Cada golpe del cuchillo en la tabla va a la par de sus latidos. Al sólo imaginar la futura presencia del invitado su corazón se acelera y los cortes también, hasta terminar la zanahoria en una serie de rodajas dispuestas en la fuente. Es una cena especial y ella lo sabe.
Toma los cebollines y continúa el mismo ejercicio pero esta vez los ojos de Matilde se llenan de lágrimas. La emoción del amor con historias desafortunadas. Su primer marido muerto tempranamente. Otro desaparecido después de un mes viviendo juntos y una serie de encuentros, más bien, desencuentros con extraños. En esta oportunidad parece ser distinto: una gran apuesta al amor eterno.
Al terminar con los cebollines, Matilde va hacia la mesa del comedor. Chequea que todo esté en su lugar. El mantel sin ninguna arruga. Sobre él dos individuales, uno frente al otro. Las servilletas enrolladas celosamente y atadas con una fina cinta. Tres copas para cada puesto. El vino tinto ya destapado y a temperatura perfecta. El vino blanco en un hermoso balde con agua helada. Los servicios bien posicionados y una vela que será la luz de la cena. Corrige las posiciones de las sillas y vuelve a la cocina.